El Jefe: Populismo y corrupción en el Puerto Rico de 1898
494 páginas | tapa blanda
En este libro el lector encontrará dos historias paralelas que se interconectan. Por un lado, El Jefe se detiene a observar, con ojos de detective, a la aristocracia estadounidense responsable de la invasión militar y económica a Puerto Rico. Al analizar los comportamientos de John Pierpont Morgan, John D. Rockefeller, Henry Havemeyer, y de sus cooptados: William McKinley, Joseph Foraker, Theodore Roosevelt, Henry Cabot Lodge, Nelson A. Miles, entre muchos otros, podremos explicar la inserción de Puerto Rico en los planes de guerra contra España; la invasión militar y también la invasión económica a la isla; las primeras órdenes ejecutivas relacionadas con el cabotaje, la moneda, el sistema de impuestos y las tarifas aduaneras; el despojo de nuestras riquezas; el comportamiento de los gobernadores militares estadounidenses; los contenidos del Tratado de París y, en definitivas, podremos entender la partida de Monopolio en la que se convirtió Puerto Rico.
Por otro lado, El Jefe analiza la figura de Luis Muñoz Rivera. Era él, el primer ministro, la figura máxima en el espectro político y también el Jefe hegemónico del partido mayoritario, cuando ocurrió la invasión estadounidense de 1898. Estaba al mando del país cuando Wall Street invadió económicamente a la isla; cuando se implantó la primera orden de cabotaje; cuando se instauró un gobierno militar sin el aval del derecho internacional; cuando se planteó un canje de monedas ilegal e inmoral; cuando se iniciaron y culminaron las negociaciones del Tratado de París y cuando ese mismo tratado pasó al hemiciclo del Senado de Estados Unidos. El Jefe vivió una de esas pocas coyunturas históricas, de esas rarísimas que ocurren una vez en la vida de los pueblos y que al político de turno lo llevan directo a la gloria y la fama o lo hunden en los oscuros pantanos del olvido y el resentimiento colectivo. Sobre Muñoz Rivera recayó la responsabilidad moral y política de anticipar el peligro, proteger las riquezas del país, mirar con luces largas hacia el porvenir y actuar en consecuencia. No lo hizo y los efectos de sus actos y omisiones todavía se sienten en el Puerto Rico del siglo XXI.
La vida de Luis Muñoz Rivera, por lo tanto, nos interesa. Es imperativo que revisitemos sus abundantes hagiografías, separemos la paja del grano, el autobombo de la realidad, el mesianismo de los hechos y, sobre todo, que dejemos de inventar excusas para justificarlo. Debemos recordar, como bien acuñó José Luis González, que los santos tienen su lugar en la esfera de la religión pero no en la política.